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lunes, 6 de julio de 2009

ORISHA "DADA OBAÑEÑE"

ORISHA "DADA OBAÑEÑE" (SAN RAMÓN NONATO)
Dadá Obañeñe, la Orisha de los recién nacidos y de los vegetales, es consentidora con los niños a su cuidado, como se narra en la siguiente historia:
Pronto se supo con espanto que Obbatalá había mandado a matar a su hijo Changó, enterado como estaba de la traición de Oggún.
El proyecto había sido encomendado un día plomizo bajo una lluvia entre tibia y fría a varios mensajeros de la muerte entre quienes se encontraba Elegguá.
Durante varias semanas los mensajeros recorrieron toda la comarca rodando al fonde de las barracas, enlodados hasta la cintura, con las camisas mojadas, en un vano intento por encontrar al niño que Elegguá había escondido entregándoselo a Dada para que esta lo cuidara y lo protegiera.
Dada Obañeñe, la que no se "sube" ni se asienta, lo tomó a su cuidado, llena de lástima por ese niño a quien su padre había mandado a matar en cumplimiento de la maldición que le echara a su mujer -todo hijo varón que tengas, te lo mataré-
Por asociación con San Ramón, el santo cristiano no nacido naturalmente sino extraído del vientre de su madre un día después de la muerte de su padre y que tomó lo hábitos por inspiración de la Virgen, fue convertida en la Orisha de los recién nacidos, en especial de los negritos de pelo rizado.
Flaca, avejentada, encorvada y ociosa, sin poner el espíritu en otra cosa, sin echarle en cara su carga, le consentía jugar en medio de las calles preñadas del bullicio de la gente, y llenar con sus gritos las negras tardes que inevitablemente se desprenden del día.
Con pensamientos intranquilos y mirada protectora que se hacía valiente ante la resignación, le prohibia que entablara combates con tanta frecuencia o que montara a caballo por temor a una caída.
Chango, por su parte, entablaba combates memorables que merecen ser recordados por su valentía y de los cuales siempre salí airoso.
Montaba a caballo como un jinete experimentado sin que nunca diera con su humanidad en el suelo, en la seguridad de que al final, Dada accedería complacida a las travesuras que acometía con tanta destreza.
En cierta ocasión jugando en la cocina sobre sacos de carbón y desechos de tabaco, Chango intentó arrodillarse al pie del fogón ardiente con tan mala suerte que en un descuido, cayó dentro de este.
Dada, turbada por el silencio, al no escuchar sus alegres risotadas, repasó con la vista toda la cocina tratando de encontrar el rincón donde se escondía, hasta que dió con él, allá, perdido en lo hondo, en el agujero del fogón, donde las brasas enrojecidas y crepitantes daban un hervor a un cocimiento de raíces.
De su mente comenzaron a fluir ideas de tragedia, primero lentamente, luego echaron a correr recordando sus propias experiencias pasadas, de tal modo que con un gesto de estupor, sin dar crédito a sus ojos, no pudo más que permanecer inmóvil observando como Chango inocentemente, jugaba con las brasas, sin que éstas lo quemaran ni le hicieran nada.
El niño, sin inmutarse, con un furor sacado de lo hondo, sin poder mover las piernas, quiso aivar el fuego jugando con las brasas de cuyo brillo se había prendado.
Tomó en sus manos un puñado de ellas y arrojó al suelo uno tras otro, varios leños encendidos que al estrellarse dejaron escapar chispas por doquier.
Dada lanzó un grito tan fuerte que bajó hasta los campos, inundándolos de sonidos.
Pero luego emocionada soltó una risa alegre y lo tomó tiernamente en sus brazos para ayudarlo a salir del infierno donde había caído.
Tabaré Güerere
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